viernes, 24 de enero de 2014

El amor patrio no eclipsó su ternura familiar



Denis María Reyes

José Julián Martí, más allá del Apóstol, del Maestro, del ideólogo que fue, era un ser especialmente tierno con su familia; no obstante, situar primero, su fervoroso patriotismo y la gran piedad que sintió por los infortunados del mundo. Prueban su enorme sensibilidad los versos que tituló “La Gran Pena del Mundo”, lira que llevaría un claro mensaje: su decisión de lucha contra toda injusticia.

Fue así que, cuando era apenas un niño, prometió ante el cadáver de un esclavo acabar con excesos como aquél. Escribiría entonces:

“Rojo como el desierto,
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado en un seibo del monte.

Un niño lo vio tembló
De pasión por los que gimen:
Y, al pie del muerto juró
Lavar con su sangre el crimen”

Pero tan fuerte como ese fervor por la Patria y los indefensos, fue el que sintió por su familia, la que insistentemente expresaba añoranza por su prolongada ausencia y por la escasa reciprocidad epistolar, mas la voluntad de acero de Pepe, como le llamaban sus allegados, venció estas exigencias.

Martí sufrió amargamente, primero, la muerte prematura de tres de sus 7 hermanas: Pilar (María del Pilar Eduarda) en 1865, sin aún cumplir las seis añitos; a Lolita (Dolores Eustaquia), en 1870, con poco más de 4; mientra que a Mariana Matilde (Ana) la perdió en la flor de la juventud (1875), antes de arribar a las 19 primaveras.

Coincidencia funesta, fueron aquellas muertes acaecidas tras unos cinco años, cada vez; pero tan doloroso como el fallecimiento de las primeras, fue que, otras tres, cerraron sus ojos en los meses de febrero, junio y julio del año 1900: Antonia Bruna, María del Carmen y Leonor Patrona.

En 1887 falleció Mariano Martí –anotan investigadores- el padre que, de hinojos, no pudo acallar su dolor por las sangrantes heridas causadas por los grilletes en la pierna de su joven hijo, que con apenas 15 años, fue enviado a la cárcel Nacional, acusado de infidencia por escribir una carta, junto a Fermín Valdés Domínguez, en la que acusaban de apóstata, a uno de sus compañeros de estudios, que se había alistado en las filas enemigas. Fue apresado el 21 de octubre de 1869.

La devoción y el respeto que sentía por su padre no fue casual, sino porque le reconocía sus valores; de ello son testigo cada una de las cartas a la hermana Amelia, donde le solicitaba comprensión para con él y le decía que “sonriera a sus vejeces”. Lamentó su muerte, sobre todo porque no pudo decirle cuánto lo admiraba y respetaba.

Estas líneas  -escritas poco tiempo antes de morir en combate- prueban la tierna adoración por la progenitora de sus días: “Yo sin cesar pienso en usted. Usted se duele en la cólera de su amor del sacrificio de mi vida: y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?  Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre”.

A la amantísima madre, a pesar de las recriminaciones que ella le hacía por su prolongada ausencia, la reconocía además “como su Estrella.” En una ocasión le referiría a su Amigo Manuel  Mercado “Mi madre tiene grandezas, y se las estimo, y las amo hondamente…”.

Doña Leonor, que en su vejez tuvo que trabajar para sobrevivir, murió pobre, el 19 de junio de 1907, tras, finalmente, haber quedado al amparo de su única hija, Amelia. Ésta, la última de las hermanas del Héroe Nacional de Cuba, dejó de respirar en 1944, a  los 83 años de edad. Entre todas las hermanas del primogénito y único varón de Don Mariano Martí, dejaron una gran prole: 19 hijos.

El sólido y bien definido pensamiento político del Maestro no le dejó doblegarse ante los pedidos de la familia que, pese a eso, contó siempre con su infinito amor; mas no por eso, declinó su deber como patriota. Ello fue manifiesto en cada una de sus epístolas; y en sus sensibles versos, en los que estuvieron presentes todos sus afectos: las hermanas perdidas, la madre, el padre; mas, igual, la Patria y los necesitados del mundo.

José Julián Martí, tuvo un único y amado hijo, el que nació de su unión matrimonial con Carmen de Zayas. José Francisco Martí Zayas-Bazán, que así se llamó, no creció al amparo de la pareja, pues ésta se deshizo por sus ideas políticas opuestas. Sin embargo ello no menguaría el amor por el querido retoño al que le dedicó –según anotan cronistas-  la hermosa poesía “El Ismaelillo”, obra maestra dedicada al pequeño, apodado de esta manera.

Él, su hijo, al conocer la muerte de su progenitor, se alistó (1895) en las filas del Ejército Libertador y junto a Calixto García, insigne patriota holguinero, libró importantes batallas durante la Guerra de Independencia. Por su proeza combativa en la oriental provincia de Las Tunas -donde operó hábilmente el cañón y quedó casi sordo- alcanzó el grado de Capitán. En 1915, se casó con María Teresa Bancés Fernández y Criado, con la que no tuvo descendencia.

Hoy, a los 161 años del nacimiento de este luchador por la Independencia de Cuba, José Julián Martí Pérez, más que al patriota, quise que viesen al hijo, al hermano, al padre; al hombre de carne y hueso, más que al Héroe, porque éste no es desconocido para nadie.

Este día les traje al sensible ser que antepuso el amor patrio, al familiar, aún cuando la miel de su dulce corazón empapaba las páginas dedicadas a su muy amada familia.  

24/01/14

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