lunes, 11 de octubre de 2010

En defensa de la tierra y su gente

Por Denis María Reyes
denismrg@enet.cu

Se ha convertido en una retórica que el hombre se congregue para tratar temas cruciales en defensa de la tierra y la sociedad, pero a veces las ideas no pasan de inalcanzables sueños. Ha sucedido en reuniones de las Naciones Unidas, ONU; con la Convención de los Derechos del Niño, la plática sobre el Clima y en innumerables eventos más.

Y digo así, porque en muchos de los casos, es una quimera alcanzar o consumar acuerdos para reparar los daños causados a los pueblos, a la tierra y a sus especies, entre ellas la humana.

Como se puede apreciar las naciones se proyectan a favor de los intereses de la humanidad, pero casi siempre encuentran resistencia en los países más ricos y poderosos, los que
eluden los compromisos establecidos en uno u otro evento.

Existió una voluntad política por disminuir las emisiones de gases contaminantes, responsables hoy, entre otros, del efecto invernadero y del calentamiento global de nuestro planeta; sin embargo el respaldo en el Cónclave de Copenhague fue intrascendente, si consideramos que algunas de las naciones solamente se comprometieron a la reducción de los vapores dañinos en apenas un 20 por ciento, desde ahora, hasta el año 2020.

Es cierto que los convenios de Copenhague superan los del Protocolo de Kyoto, pero las circunstancias actuales exigen un mayor comprometimiento; principalmente de los países más industrializados por ser los más implicados en los males que hoy aquejan al planeta.

El derretimiento de los hielos, como sabemos, es consecuencia del recalentamiento que hoy sofoca al mundo. Iceberg enormes, desprendidos de la parte congelada de la tierra, comienzan a ser un peligro real, como una consecuencia directa de las torpezas del hombre con su medio.

No obvio la lógica evolución del mundo, pero será mejor que no aceleremos el natural deceso que corresponde a todo lo que se mueve y vive, entre ellos, el planeta.

El cambio climático es una tragedia que amenaza, entre otros desastres naturales, con hambrunas que alcanzarán a toda la humanidad y primordialmente a los más desposeídos –tal y como se aseguró en la Cumbre sobre la seguridad Alimentaria, FAO- pues la agricultura también sufre las consecuencias del maltrato a la madre tierra.  

En el mundo de hoy no es extraño que tras horas, días de controvertidas tentativas de acuerdos, una conferencia culmine con más insatisfacciones que triunfos.

En el próximo año volverá a ser noticia la Cumbre de la Tierra; y con ésta, la esperanza de que los congresistas, ahora sí, proyecten sus intereses por el bienestar de la humanidad, olvidando sus perjuicios personales que no pasarán de meras mermas.

Y hablé de sueños quiméricos, no porque desconozca el valeroso aporte y las ganancias de quienes se pronuncian con fuerza y amor por una vida, y una tierra saludables, de larga existencia; y siguen llamando a la meditación a los que aún no ven los atropellos contra su propio mundo, sino porque las barreras del dinero son tal altas que a veces me parece un imposible saltarlas.

Mas, no por alto el firmamento, el hombre dejó de conquistarlo. Le fueron suficientes: inteligencia, tenacidad y coraje.

10/10/10

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