Por Denis María Reyes
En el
curso de la vida ocurren hechos que nos conmueven, más, a veces, en la búsqueda
de respuestas, afloran otros que obligan a la reflexión. Fue el caso del Boeing
777 que ha provocado una millonaria pesquisa durante la que, más que pistas sobre
su desaparición, se encontraron insólitas “islas de basura” en el mismísimo Océano Indico.
Claro,
esa acumulación de bazofia marina no es una exclusividad de ese Océano, pues
todas las aguas del mundo son infectadas a diario, precisamente, por quienes
más se benefician de ellas.
En el
seguimiento de la noticia sobre la desaparición del vuelo MH370, allá por la
inmensidad del Océano, asomaron los inauditos
islotes atiborrados de la profusa mugre que los hombres les arrojan; y que ha
sido arrastrada por las corrientes marinas hasta donde serán remolineadas hasta,
quién sabe qué sobrevenir; aunque lo peor es que, esos, no son únicos.
¡¿Cómo íbamos a imaginar que en la inconmensurabilidad de los piélagos existiesen
las infaustas huellas de la mano irresponsable de nuestros semejantes?!
La mar,
no caben dudas, es el estercolero global de los habitantes del Planeta Tierra,
pero cómo habría de ser diferente con éste, si igual, se ha llenado de desechos
hasta el propio espacio astral, donde toneladas de residuos llegados desde la Tierra,
la circundan cual satélites ajustados a su órbita.
Los océanos ocupan el 70 por ciento del globo terráqueo y tal vez, salvo una catástrofe cósmica, dispongamos de éstos perpetuamente, mas los humanos venideros, en vez de las aún límpidas aguas de hoy, tendrán la mugre que dejaremos para ellos.
Es que
además de de los desechos lanzados a las aguas, se mezclan con éstas residuos
químicos y radiactivos emanados de industrias y ensayos nucleares que destruyen
o transforman el ciclo de la vida hídrica, lo que, irremediablemente, influye
en la propia especie humana.
¿Será por
ignorancia o por egoísmo que el hombre actúa así?
Temo que la
balanza se inclinará hacia una actitud individualista. Es que diariamente se habla
sobre la necesidad de preservar el Medio íntegro, tanto para ésta, como para
las subsiguientes generaciones; de la misma manera que sobre las nefastas
consecuencias que ocasionará el maltrato a la naturaleza.
Gobiernos,
manufactureros, marineros, viajantes, trabajadores en general, y los que en el
mundo acuden a disfrutar de las cálidas y refrescantes aguas en las playas, tienen
una importante cuota de responsabilidad en la contaminación de nuestro
portentoso mar.
Veamos:
las detonaciones atómicas realizadas en cielo, tierra mar, (incluidas las de
Hiroshima y Nagasaki, lanzadas por EE.UU.),
han sido ejecutadas principalmente por los países más poderosos del
Mundo (Estados Unidos, China, la ex Unión Soviética, Francia, Gran Bretaña) Los
disparos sobre Japón, son los únicos sobre sitios poblados, pero fueron
suficientemente reveladores de sus destructoras y mortíferas consecuencias que,
por
suerte, todavía no tienen análogos en la historia de la humanidad.
Vale no
olvidar la súplica de un pescador japonés que murió tras el estallido de la
primera bomba de Hidrógeno: “Ruego ser la última víctima de una bomba atómica o
de hidrógeno.” Murió pocos meses después de haber sido rociado, durante su
faena de pesca, con lluvia ácida, tras una prueba nuclear realizada por los
Estados Unidos en Islas Marshall.
El
bombazo abarcó miles de kilómetros del Océano Pacífico –informaron versados- e islas
desiertas y habitadas. El rendimiento de la letal arma, que era de 15 Mt, al
estallar se duplicó y tuvo consecuencias superiores a las estimadas.
Calcule
el estado de los océanos, la atmósfera, el suelo, los subsuelos y el
espacio astral, tras tantas explosiones atómicas,
que según registros de investigadores, hasta 1998 ya totalizaban más de 2050, aunque otros dan como estimados
oficiales, unas 2083 pruebas.
El
Planeta no es infinito, como no tienen vuelta atrás muchos de sus recursos,
pero parece que estamos ignorando eso ¿Será que el materialismo de hoy “matará”
nuestro formidable mundo sin una pizca de remordimientos? Hace falta que el
amor someta a la codicia, porque, señores, vale más una milésima de segundo de
felicidad espiritual que todo el capital del mundo.
No quiero
creer que es por frivolidad que la gente va dejando su negra huella por doquier;
ni que por la misma razón no ve la pobreza de sus congéneres; ni se duele por las
prematuras muertes y secuelas de las guerras; se me antoja pensar que tanto eso
como las llamaradas que aniquilan bosques, las suciedades que vuelven pútridas
nuestras aguas, las armas que apuntan a la gente y a los pájaros, o la
“enfermedad” que está matando el mundo, es por descuido, y no por afición a la
maldad.
Y aunque
del tema pudiese hablarse extensamente, baste con subrayar: infectar la “casa
Grande”, tu Mundo, es como envenenar
nuestros propios alimentos. Entonces, seamos sensatos, pues.
05/05/14
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