lunes, 27 de agosto de 2012

Predicando la moral en calzoncillos


Por Denis María Reyes

Imagínense a ciertos personajes de la política… bla,bla,bla,bla…”predicando la moral en calzoncillos”, como bien ha definido la voz popular a las personas que acostumbran indicar “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.

Resulta que los creadores de la demoledora Bomba Atómica juzgan a quienes obtienen la energía nuclear para usos pacíficos, olvidándose que sus predecesores fueron los primeros en obtenerla, utilizarla y que aún, ellos, los continuadores, no han renunciado a su tenencia.

Con el lanzamiento de las bombas denominadas Little Boy y Fat Man (Hombre Gordo), los norteamericanos fueron los primeros en andar por ese camino; episodio patentizado, inicialmente con la fabricación de los nacientes artefactos atómicos; luego con su lanzamiento en Hiroshima, el seis de agosto de 1945; y después, con el otro disparo en Nagasaki, el día 9 del propio mes y año.

El Gobierno de Japón, a pesar de la catástrofe causada por el inusitado explosivo en Hiroshima, no pensó en la rendición, pues consideraba que los norteamericanos solamente poseían una sola bomba, pero tras el lanzamiento del segundo proyectil atómico en Nagasaki, comprendió la peligrosidad del enemigo y anunció -según se anota en documentos históricos- su rendición el 15 del propio mes de agosto, pacto sellado definitivamente el 2 del siguiente septiembre, capitulación con la que concluyó la Segunda Contienda Mundial.

Al finalizar la guerra los norteños junto y al frente de sus aliados, exigieron al país nipón los tres principios anti-nucleares: no producción de esas armas, la no posesión de  éstas y la no autorización de las mismas sobre su territorio ¡Irónico, no! pues acababan de carbonizarlos con el uso de esa energía, tan rápido como la luz de un relámpago.

Unas 220 000 personas –de agosto a diciembre de 1945- fallecieron: instantáneamente, por quemaduras, envenenamiento o enfermedades causadas por la radiación desprendida de las bombas. Con las detonaciones, Harry Truman, en ese entonces presidente de los Estados Unidos, trazó a su antojo las pautas a seguir, por ellos y sus aliados: Australia, Nueva Zelanda, la India británica y el Reino Unido.

Hoy día, continúa la lucha por la exclusión de la energía nuclear, movimiento que apoyo incondicionalmente, pero llama la atención que el pionero y hasta ahora único país en usarla contra la humanidad, pretenda convertirse en paradigma del ideal.

Estados Unidos, el primero en usar la potente bomba, logró el primer patrón con la ayuda del Reino Unido y Canadá, que participaron en su diseño y fabricación. La dirección e investigación científica del proyecto correspondió al físico estadounidense Robert Oppenheimer.

Nada justificó el abominable crimen –opinan historiadores- pues la guerra ya estaba  prácticamente ganada y por su causa –la bomba atómica- murieron más civiles que militares.

La lucha tenaz por la erradicación de la energía nuclear cobra cada vez más fuerza, pero mientras unos abogan por su uso a favor de la humanidad, otros aparentemente tienen los mismos propósitos, pero su actitud demuestra todo lo contrario, pues tienen muy bien guardado su arsenal atómico.

Por qué unos países sí y otro no. ¿No sería más apropiado que el mortífero explosivo desapareciera del Planeta, tanto para los unos como para los otros? Si realmente queremos convertirnos en guardianes de la vida para qué queremos en ninguna parte del Mundo los Little Boy, los Fat Man o sus análogos.

“Dios mío ¿qué hemos hecho?” diría el capitán Robert Lewis, copiloto del B-29 Enola Gay,  nave pilotada y comandada por el Coronel Paul Tibbets y que transportara la primera bomba atómica detonada sobre seres humanos.

El protagonista del crimen dio la verdadera dimensión de lo que ocurrió en el suelo japonés: imagen invisible hoy–eso hace la diferencia- para quienes dirigen el disparo de los Drones, los mísiles u otros armamentos semejantes, mas no por eso estos seres son menos perversos.

La enorme columna de humo y fuego, a una temperatura de unos 4 mil grados centígrados, calcinó hombre, tierra y toda una obra humana, dejando nada más que brazas y cenizas; lamentos, llanto y dolor en los pocos seres que tuvieron la desgracia –no podría ser suerte- de vivir para ver y no olvidar jamás las imágenes horrorosas dejadas por aquellos hombres sin alma.

Por eso tenemos que abogar con cuerpo y espíritu porque aquella llamarada de fuego gris-morado que nubló el cielo Nipón no vuelva a envenenar los aires de nuestro ya magullado Mundo.

Seamos gendarmes de la paz mundial, pero con las manos tan limpias como bebés, tras su primer grito al nacer.

Han transcurrido 67 años del execrable crimen nuclear y seguimos viviendo en un mundo tan convulso como en aquellos tiempos, tanto que hasta tememos por una Tercera Contienda Mundial. No bastaron los millones de seres humanos muertos, ni las heridas causadas a nuestro Planeta para que los gobiernos dejen de pelear por triviales ambiciones.

Entonces, como ellos no entran en razón, medito, toca a las mayorías la solución definitiva. Es nuestra responsabilidad detener la masacre humana y salvar al mundo de esos gobernantes que como pirañas van de Nación en Nación destruyendo la vida y su progreso. A fin de cuenta somos más. Podemos.

Para qué queremos saber si hay o no vida en el Planeta Marte –digo- ¿Acaso, igual, para arrasar con sus posibles habitantes, para colonizarlos, para arrebatarles lo que por naturaleza y ley sería de ellos? o para decir: --somos los reyes del Universo? ¡Hombres de la Tierra, bajad la cabeza o desapareceréis de un soplo nuclear!

Si no hemos sido capaces de vivir en Paz aquí, de contener enfermedades como el SIDA, el cáncer u otras tan temibles como éstas, para qué queremos encontrar otras plazas, otras formas de existencia ¿Será quizá como un sinónimo de Poder? No sería mejor preservar lo que poseemos.

Llegó la hora de poner fin a todo lo que signifique muerte y decadencia del entorno; de que los hombres seamos más objetivos; sin negar el progreso y el lógico deseo de conocer nuevos mundos; ansias loables, pero con  los pies bien firmes sobre esta Tierra que hasta lo que sé, no se la arrebatamos a extraterrestre alguno.

Hombres, necesitamos Paz. El 2 de septiembre de 1945 finalizó la Segundo Guerra Mundial ¡Qué maravilloso sería que en esta fecha de 2012 se sellase un pacto de amistad verdadero entre todas las banderas de la comunidad mundial!

Romántica sí, pero más que eso, es que me lacera un profundo dolor por las heridas que van dejando las guerras que, cada vez con más furia, van matando a la gente y sofocando el mundo con el hedor de los cuerpos de sus semejantes.
 
27/08/12

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