Por
Denis María Reyes
Al paso que va la humanidad, los ríos, en vez de agua,
serán de basuras, pues el hombre sigue dañando lo que la naturaleza le ha dado,
sin percatarse que lo creado por él, lo que es artificial, más temprano que
tarde, puede desaparecer, en tanto lo natural, con tan sólo un poco de amor, volverá
a ser tan lozano como en sus inicios.
Desde que él, el hombre, se irguió, y de seguro antes,
ubicó sus residencias en las cercanías de los ríos; y no es necesario que diga
por qué, pero a su vez, quizás, desde ese mismo principio, tiró río ahajo
cuanto le sobró, porque no vio más allá de sus intereses y de su pequeño
entorno; o porque, probablemente, no percibió los males que provocaba a los que
vivían en las aldeas, pueblos, ciudades a lo largo de las franjas acuáticas.
En la antigüedad, con menos conocimientos sobre el
perjuicio que se ocasionaba con la contaminación de las aguas, hasta pudiera
admitirse que se procediera de malas maneras; pero hoy, cuando existe tanta
literatura al respecto; es reiterativo el tema sobre la nocividad de los
procederes irresponsables contra las cuencas acuíferas; cuando sentimos en
carne propia sus consecuencias, no es lógica la impasividad ante los hechos que
están destruyendo los torrentes hídricos.
Nuestra ciudad, la oriental provincia de Holguín -por
citar un ejemplo- nació entre dos ríos, el Jigüe y el Marañón; y de seguro, no
fue por casualidad que la “plantaron” ahí. Conocemos las causas de ese actuar humano.
En aquél entonces, 4 de abril de1545, fue una suerte de decisión, pero hoy no
estoy tan segura de eso, pues nuestras cañadas son un séptico caudal que
arrastra cuantas gazofias lanzamos a ellas.
Diría, no por despreocupación, educación y divulgación respecto
al cuidado de estos torrentes, sino por la indisciplina de muchos ciudadanos y
por su falta de percepción sobre el daño que causan. Tendríamos que admitir
además, las fallas en los reglamentos que rigen y han de sancionar a quienes
trasgreden las leyes protectoras del
medioambiente, pues en ocasiones los infractores tiran su nociva carga en las
vías de agua y ni las autoridades, ni los propios afectados proceden, o los
denuncian.
Resulta claro que quienes depositan sus desechos en el
caudal de los ríos y sus márgenes, infringen las leyes medioambientales; pero
además atentan, tanto contra la salud de la población, como ello va en
detrimento de la economía nacional, pues son incalculables los gastos del
Estado cubano, primero para proteger el medio y sus cuencas acuáticas; y luego
para erradicar los vectores y las enfermedades, o epidemias que se derivan de
actitudes tan inconsecuentes, diametralmente opuestas a los esfuerzos del país por
preservar este bien natural y a sus beneficiarios.
Más que de aguas, hoy, los nuestros y muchos otros, son
oquedades fétidas cargadas de basura; y que más que beneficiar, enferman, sino
directamente (porque a nadie se le ocurriría consumirlas) son el caldo de
cultivo de insectos, como el Aedes Agypty -causante del Dengue, el Chikungunya
y ahora el Zica- pues ya el dañino animalillo, ha mutado en su proceso de
desarrollo, y además de procrearse en aguas limpias, lo hace igual, en las
envenenados márgenes de las cañadas o en los disimiles receptáculos que abundan
en los improvisados vertederos creados en sus orillas por personas
irresponsables.
Obvio, el agua es esencial para la vida planetaria y
llegará a su hogar de mil maneras; pero siempre, ha de brotar de la tierra.
El respeto –y dirán que tiene que ver una cosa con la
otra- preserva la amistad, el amor, la familia, pero igual, la naturaleza. He
ahí el vínculo. De esta manera, si acatamos sus códigos, nos premiará con sus más
caros tesoros, en este caso, el principal: el agua.
¡¿Cómo, entonces, vamos a convertir nuestras vías
acuáticas en ríos de basuras y sumideros?!
Revirtamos el mal, aún estamos a tiempo.
03/05/16
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