martes, 3 de mayo de 2016

Ríos de basuras



Por Denis María Reyes

Al paso que va la humanidad, los ríos, en vez de agua, serán de basuras, pues el hombre sigue dañando lo que la naturaleza le ha dado, sin percatarse que lo creado por él, lo que es artificial, más temprano que tarde, puede desaparecer, en tanto lo natural, con tan sólo un poco de amor, volverá a ser tan lozano como en sus inicios.

Desde que él, el hombre, se irguió, y de seguro antes, ubicó sus residencias en las cercanías de los ríos; y no es necesario que diga por qué, pero a su vez, quizás, desde ese mismo principio, tiró río ahajo cuanto le sobró, porque no vio más allá de sus intereses y de su pequeño entorno; o porque, probablemente, no percibió los males que provocaba a los que vivían en las aldeas, pueblos, ciudades a lo largo de las franjas acuáticas.

En la antigüedad, con menos conocimientos sobre el perjuicio que se ocasionaba con la contaminación de las aguas, hasta pudiera admitirse que se procediera de malas maneras; pero hoy, cuando existe tanta literatura al respecto; es reiterativo el tema sobre la nocividad de los procederes irresponsables contra las cuencas acuíferas; cuando sentimos en carne propia sus consecuencias, no es lógica la impasividad ante los hechos que están destruyendo los torrentes hídricos.

Nuestra ciudad, la oriental provincia de Holguín -por citar un ejemplo- nació entre dos ríos, el Jigüe y el Marañón; y de seguro, no fue por casualidad que la “plantaron” ahí. Conocemos las causas de ese actuar humano. En aquél entonces, 4 de abril de1545, fue una suerte de decisión, pero hoy no estoy tan segura de eso, pues nuestras cañadas son un séptico caudal que arrastra cuantas gazofias lanzamos a ellas.

Diría, no por despreocupación, educación y divulgación respecto al cuidado de estos torrentes, sino por la indisciplina de muchos ciudadanos y por su falta de percepción sobre el daño que causan. Tendríamos que admitir además, las fallas en los reglamentos que rigen y han de sancionar a quienes trasgreden las leyes  protectoras del medioambiente, pues en ocasiones los infractores tiran su nociva carga en las vías de agua y ni las autoridades, ni los propios afectados proceden, o los denuncian.  

Resulta claro que quienes depositan sus desechos en el caudal de los ríos y sus márgenes, infringen las leyes medioambientales; pero además atentan, tanto contra la salud de la población, como ello va en detrimento de la economía nacional, pues son incalculables los gastos del Estado cubano, primero para proteger el medio y sus cuencas acuáticas; y luego para erradicar los vectores y las enfermedades, o epidemias que se derivan de actitudes tan inconsecuentes, diametralmente opuestas a los esfuerzos del país por preservar este bien natural y a sus beneficiarios. 

Más que de aguas, hoy, los nuestros y muchos otros, son oquedades fétidas cargadas de basura; y que más que beneficiar, enferman, sino directamente (porque a nadie se le ocurriría consumirlas) son el caldo de cultivo de insectos, como el Aedes Agypty -causante del Dengue, el Chikungunya y ahora el Zica- pues ya el dañino animalillo, ha mutado en su proceso de desarrollo, y además de procrearse en aguas limpias, lo hace igual, en las envenenados márgenes de las cañadas o en los disimiles receptáculos que abundan en los improvisados vertederos creados en sus orillas por personas irresponsables.

Obvio, el agua es esencial para la vida planetaria y llegará a su hogar de mil maneras; pero siempre, ha de brotar de la tierra. 

El respeto –y dirán que tiene que ver una cosa con la otra- preserva la amistad, el amor, la familia, pero igual, la naturaleza. He ahí el vínculo. De esta manera, si acatamos sus códigos, nos premiará con sus más caros tesoros, en este caso, el principal: el agua.

¡¿Cómo, entonces, vamos a convertir nuestras vías acuáticas en ríos de basuras y sumideros?!
Revirtamos el mal, aún estamos a tiempo.

03/05/16                              

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