Por
Denis María Reyes
Me detengo a pensar en los procederes de los hombres y
no logro entender el comportamiento robótico que en estos tiempos los domina.
Es que ocasionalmente resulta difícil diferenciar al ser con uso de razón de la
máquina inventada, precisamente, por él.
A veces, van a las guerras como manadas de lobos
sedientos de sangre. Pareciese que carecen de ideas propias, tal y como sucedía
con los hombres, de una de las ciudades, la del acero, Stahlstadt, imaginada
por el famoso escritor Julio Verne en su obra Qunientos Millones de la Begún. Allí
sus residentes carecían de identidad y decisiones propias y obedecía ciegamente
el mandato del Dr. Schultze, constructor del emporio, dedicado a fabricar mortíferas
armas que luego ofertaban a todo el que las quisiese.
Hoy se asesina con sádica crueldad, muchas de las veces
sin saber por qué, ni pensar que privan de la vida a su semejante. Destruyen los
tesoros de la humanidad, las joyas históricas, culturales, arquitectónicas
reveladoras de quienes fueron, cómo y dónde vivían nuestros antecesores; matan
la gente, y con ellas, todo su patrimonio.
Qué los animales irracionales actúen así, es admisible
¿pero los hombres?
En nuestra era, mientras eminentes científicos estudian
la forma de prolongar la existencia, incluso, más allá de nuestro Planeta, mentes
maléficas la destruyen con métodos, armas y la propagación de enfermedades
mediante virus, tal vez tan sólo por el mero hecho de probar sus fuerzas,
superar las expectativas guerreristas de otros o mostrar a los adversarías su
gran poderío.
El fantasma de la muerte persigue la vida; y el hombre en
su loca carrera por esquivarla, a veces choca más rápido con éste, como sucede
actualmente con los miles de migrantes que tratando de llegar a fronteras, supuestamente
más seguras, viajan en precarias y sobrecargadas embarcaciones que zozobran y
los convierten en alimentos de peces tan feroces como los hombres que
provocaron su huida.
Julio Verne en sus novelas de ficción predijo disímiles
inventivas, muchas de las que, futuramente, fueron realidad, entre ellas, las
armas de destrucción masiva ¿Será porque en toda su existencia tuvo que ver y
oír hablar de guerras? La respuesta es indudable, pues no recuerdo uno de mis
días en que no haya tenido que lamentar una muerte violenta.
Si por las guerras no fuera, si por la pobreza, la
falta de trabajo, por las malas políticas, no habría ni tantos desplazados, ni tantas
muertes prematuras, dolor y tristeza.
El mundo sería más coherente si sus riquezas naturales fuesen
un bien al que todos tuviesen el mismo derecho; pero para que esto suceda
habría que tener gobernantes que respondiesen a los intereses de las sociedades
y no al “dios dinero”.
Cómo quisiera que hubiese un día ¡Tan sólo uno! con
esas prerrogativas, que no ocurriese un infortunio en ningún rincón del mundo ¿Será
tan difícil que los hombres piensen en la verdadera felicidad, que dediquen sus
mejores pensamientos al bienestar de la humanidad, de su propia existencia?
¡Qué compleja es la mente humana, cómo quisiera entender
a los hombres!
25/02/16
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