Por
Denis María Reyes
Con
las tripas de un revolcón a otro, los sesos devanándose por una solución y los
nervios “a flor de piel” por los mil y un problemas, formando un verdadero
“lío” en la cabeza ¿Podrá algún ser tener paz?En verdad, pensando como ese, el de la panza reclamando lo suyo, o con la cabeza “humeante”, nadie puede negar cuánta razón tengo en lo que diré.
Mucho se habla de paz por estos tiempos, pero cómo creer en samaritanas intenciones, si igual se parla sobre guerras, acción que, precisamente, no deja sosiego y sí, hambre, desamparo, enfermedades, desempleo, familias completas sin techos; provocan oleadas de emigrantes, que en una loca y desesperada carrera, dejan la vida o la piel en los tortuosos caminos; y más que solucionar sus dificultades, empeoran la gran penuria que los agobia ¿Y para qué comentar, si ya lo saben, sobre el quebranto que las beligerancias causan a la Naturaleza?
Por otro lado están las ricas corporaciones dispersas en el mundo entero y las todopoderosas naciones que inflan sus arcas con estos conflictos bélicos, que contrario a los que luchan por el bien de la humanidad, los azuzan, pues es ahí, precisamente, donde está el incremento de su gran capital.
Según estadísticas en el mundo hay más de una veintena de países en guerras, donde intervienen injerencistas o “mediadores”, como sucede ahora en Siria, los que, con argumentos disímiles, explican que su único interés es humanitario, cuando se sabe que lo esencial para ellos es la posesión de sus capitales. Nadie desconoce que tras cada conflicto en esas regiones, solamente queda infelicidad, muertes y destrucción del patrimonio natural y cultural de los pueblos, que, por demás, quedan a merced de los interventores.
Actualmente el nivel de pobreza en el mundo es doloroso, de la misma manera que el de las familias que huyen aterrorizadas de sus orígenes, buscando amparo para ellos y sus hijos, sin saber que igualmente corren hacia un destino con un incierto porvenir.
Según fuentes informativas de la ONU, en cerca de 50 países, hay similar cifra de niños implicados en los conflictos bélicos, que es lo mismo que decir, sin abrigo, con carencias múltiples, sufriendo por violencia, a la intemperie, pues estos eventos los han llevado a un infortunio total, dejándolos sin escuelas, sin hogares, destruyendo sus comunidades y exponiéndolos a los rigores del Cambio Climático, que cada vez es más dañino a la salud humana y a la del propio Planeta.
Cómo vamos a decir entonces que estamos luchando contra el hambre y en favor de la paz y de los desamparados, cuando es todo lo contrario. Mentiras ¿A quienes pretenden engañar? Cuando se sabe que sus ambiciones son el dominio de la tierra, el mar y hasta de las alturas celestes, con todo lo que le concierne a este mundo, el que más temprano que tarde, será destruido por el propio hombre.
Millones de personas mueren por bombas lanzadas por los que proyectan las guerras, las que desarrollan casi siempre fuera de sus países; otras tantas sufren por hambre, frío, por las desventuras del éxodo hacia naciones que consideran su “tabla” de salvación; por las pérdidas de cuanto habían consolidado, pero los beligerantes impasibles, truncan sus sueños una y otra vez, “matando” igual, sus esperanzas de ver a un mundo sin guerras, de disfrutar de esa paz que tanto ansiamos y que ya muchos la consideran una quimera inalcanzable, al menos para los presentes.
No obstante quisiera sumarme a los deseos del Papa Francisco que –según un reporte desde el Vaticano- en una de sus homilías aseveró que no pierde las esperanzas de poder decir un día:” ¡Se acabó la guerra en el Mundo!”, en tanto yo, con el mismo optimismo, acaricio la idea de que igualmente, desaparecerá el hambre.
¡Cuando expulsemos de nuestros corazones la avaricia, el mundo tendrá paz!
21/2/17
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